Esmeralda Valderrama tiene una pasión: bailar con personas con discapacidad intelectual. Por eso fundó Danza Mobile, una escuela y compañía que pone en valor la diversidad.

¿Por qué imponer la hegemonía en lugar de abrirnos a la riqueza de la diversidad? ¿Y si no existieran moldes a la hora de expresar la belleza, la emoción o el talento? ¿Cómo derribar prejuicios y estereotipos a través de la creatividad? Fueron estas preguntas las que llevaron a Esmeralda a un ensayo diferente a cualquier otro. Buscaba alternativas y las encontró en la Fundación Psicoballet Maite León, rodeada de personas con discapacidad: “Aluciné porque era lo que yo quería, lo que buscaba. Era unir la danza con esa diferencia de energías y de cuerpos que me parecía tremendamente hermoso. Luego, cuando me presenté, me impresionó aún más con qué naturalidad estaban construyendo todas las relaciones”. Había encontrado la pasión a la que dedicaría el resto de su trayectoria y la semilla que luego haría germinar con Danza Mobile: “A partir de ahí se empezó a construir mi vida”.

Para explicar la motivación que la llevó a lanzarse a la aventura, le basta una sola frase que emite con honesta rotundidad: “Quería montar una escuela porque sencillamente me apasionaba bailar con personas con discapacidad intelectual”. Todo este esfuerzo ha tenido frutos y sus bailarines han sido premiados en certámenes oficiales en los que competían con otros profesionales –lo consiguieron “sin ninguna concesión en absoluto por tener discapacidad, sino por el trabajo realizado”, incide Esmeralda– y cada año desde el 2007 el Festival Escena Mobile “muestra a profesionales y público en general que el arte y la diversidad, lejos de ser incompatibles, son ámbitos de enriquecimiento mutuo que pueden y deben caminar de la mano”.

Decía Bertolt Brecht que “el arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”, y a eso se dedica Esmeralda Valderrama: a tallar nuestra mirada para hacernos entender que es en la diversidad donde reside nuestra mayor riqueza. Cuando alguien asiste a un espectáculo de Danza Mobile no hay miradas condescendientes ni críticas paternalistas; los clichés y prejuicios hacia las personas con diversidad intelectual se desvanecen ante la dignidad y profesionalidad que expresan sus bailarines.

Ni están enfermos, ni son niños, ni tienen un talento especial; las personas con discapacidad intelectual merecen el mismo trato, respeto y exigencia que cualquier otro bailarín, insiste Valderrama, aunque desde su punto de vista aún queda mucho por hacer en materia de inclusión. Concepciones estáticas sobre las características generalizadas de los miembros de una comunidad, llamadas estereotipos, aún permean nuestros comportamientos y Esmeralda no se equivoca cuando apunta que a veces, de forma inconsciente o por puro desconocimiento, construimos barreras que dificultan el desarrollo personal de los individuos.

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